Una generalización que es rápidamente asentida por sus pares, y que es la puerta de entrada a una lluvia de críticas típica de una batalla de los sexos. Es como si esa descarga enfurecida, que podría ser transformada en pasión por alguna actividad más fructífera, encontrara en cada verbo negativo una gota de alcohol para encender la llama de la inconformidad inacabable.
Nunca pensé que todos los hombres fueran iguales. Por el contrario, a quienes he tenido el gusto y disgusto de conocer, me parecieron todos completamente diferentes, y en muchos aspectos. Colores, personalidades, tamaños y compatibilidades. Pero al seguir el eje de la charla, sumerge la verdadera cuestión: "solo quieren sexo".
A lo que por dentro pregunté ¿Quién no? Sabía que si lo decía en voz alta, iba a quedar excluida de esos shows que te ofrece ir a la peluquería. De hecho creo que el corte es caro, justamente porque trae como atractivo estas cuestiones TAN del sentido común. Imperdibles.
Las mujeres hemos consumido desde niñas, no solamente un estereotipo de hombre símil a un príncipe azul aputosado, sino también una princesa que debe ser rescatada de tanta injusticia ante la presencia de una bruja malvada. Por eso, cuando estos cánones no se reproducen en la vida real, en lugar de dar paso a la aceptación de la realidad, se llega a una profunda decepción y post echada de culpas irrefrenable a los deseos carnales masculinos.
Lo cierto es que, así como en un primer momento, la mujer debió lidiar con el miedo a que la igualdad de derechos la convirtiera en una especie de marimacho con acceso al trabajo y a ¡pantalones! Ahora la nueva etapa de la liberación tiene que ver con la aceptación del deseo propio, y con eliminar la culpa de ello.
Ya de por si el mundo es bastante difícil Y pareciera que las minas tenemos un gen que se encarga de distorsionar todo aquello que queremos en señales que nadie entiende, por ende la frustración es inminente, y terminamos por mandar todo a la puta que lo parió.
Cuando empecé a escribir este post, en realidad era para relatar todos aquellos pequeños cambios que se dieron en los últimos cinco días, que tenia ganas de contarle a todo el mundo, pero de repente están todos demasiado ocupados como para escuchar (aunque estén 6 horas delante del facebook, pero bueno, cuestión aparte).
Mientras veía cómo en la peluquería cada una se quejaba de lo que conté anteriormente, iban redondeando la charla con que Laura se hacía el shock de queratina porque al pibe que conoció le gustan con el pelo lacio, mientras que Jimena se tiño de rubio porque a Cristian le calientan las platinadas ¿Donde quedaban todas esas acusaciones revolucionarias? Haz lo que digo, no lo que hago. Una vez más.
Desde peque siempre pensé que era diferente al resto de las chicas. Mientras todas se ponían sus primeros corpiños (de mero adorno, porque mi mejor amigo tenía más con que rellenar), mi preocupación era saber si ibamos a jugar a los Caballeros del Zodiaco en el recreo. Cuando estaban todas probándose a ver que pollera quedaba más provocativa, yo alardeaba que gracias al joggin podía jugar al volley con mis amigos... ni hablar cuando me ponía a escuchar Pink Floyd o tuve mi época de pantalones hardcore. Menos que menos, cuando tenía 20 kilos más que ahora y era el eje de todas las cargadas del aula.
Los kilos los bajé, empecé a usar polleras también (ah, y corpiños, por las dudas) y creía que por no salir a bailar, pero leer mucho, dibujar, ser mejor promedio, tener un bagaje cultural amplio, y ser sociable... iba a ser diferente. Si, lo era ¿Pero para quien?
Y ahí estaba. Por más que los gustos eran diferentes, siempre era para alguien más. No sé si para agradarle a algún chico, o a mamá. Pero mera una boluda del montón, que tan solo se la creía un poquito más que el resto. No era muy diferente a las que se estaban cambiando el look para Juan Carlos.
Por suerte, no me hice nada en el pelo. Fui a pedir turno para que me peinen para el casamiento de una de mis mejores amigas. Porque me di cuenta, que a pesar de que están los que tienen el casette con el cuentito, y los que descreen de él, no hay nada más lindo que darse cuenta que hay gente que se quiere de verdad. Y que en los últimos días, la vida me fue dando señales de qué vale realmente la pena. Y ahí te sonreís. Y ganás. Porque se puede. Solo hay que ver que se está dispuesto a dar.
Amy es un ejemplo de mi teoría.
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